lunes, 15 de marzo de 2010

Hogares


En cartas anteriores sólo hemos considerado tres aspectos de la educación en una familia cristiana: el derecho de los hijos a encontrar ejemplos de vida cristiana (y, por tanto, tu correspondiente deber de darles ejemplo en alegría, amistad, amor, apostolado, etc.); María en la educación y en la vida familiar; cómo enseñar a los hijos a hacer oración.
Evidentemente, quedan otros muchos aspectos sin tratar. Por ejemplo, si el primer objetivo de educación familiar es «aprender -y enseñar- a ser felices», ¿cómo buscar un resumen de este aprendizaje -y de esta enseñanza- en el Evangelio para una familia cristiana?, ¿y, en concreto, en las ocho bienaventuranzas, viendo su gradación y su unidad? Por ejemplo, ¿cómo ayudarles a padres cristianos, en su acción educativa, a ser coherentes como jefes de una iglesia doméstica? ¿Qué añade a la familia el concepto de iglesia doméstica? Pero estos dos aspectos de la educación en familias cristianas quedan pendientes para otra ocasión. Y así otras muchas cuestiones, en las que podríamos prestar una ayuda orientadora a padres cristianos, en su difícil quehacer educativo.
Efectivamente, «los padres son los principales educadores de sus hijos, tanto en lo humano corno en lo sobrenatural, y han de sentir la responsabilidad de esa misión, que exige de ellos comprensión, prudencia, saber enseñar y, sobre todo, saber querer; y poner empeño en dar buen ejemplo»(J. Escrivá de Balaguer; Es Cristo que Pasa nº 27). Por eso, te he insistido tanto en el deber de tu ejemplo, y en la concreción de ese deber.

Sin duda, sentirás la responsabilidad de tu misión de educar a los hijos en ambas dimensiones: en lo humano y en lo sobrenatural. Son te asusta esa responsabilidad, porque pones amor, que es la madurez de la responsabilidad. La responsabilidad empobrece las cosas, si no lo haces por amor.

Y, además, tienes derecho a recibir ayuda orientadora. Y los orientadores familiares tenemos el deber de proporcionarla, aunque algunas personas piensen que la dimensión sobrenatural de los seres humanos –y por lo tanto, de los miembros de una familia cristiana- no debe ser considerada en la educación familiar. Cosa distinta es que la moda del igualitarismo masificador haga bastante difícil ofrecer parte de esa orientación por escrito. O que muchos padres cristianos ofuscados por una autosuficiencia incoherente o por la aparente buena marcha de su familia, no sientan la necesidad de esa ayuda orientadora, en lo específico de una iglesia de hogar.

Hechas estas aclaraciones, quisiera hablarte ahora de tu hogar cristiano. ¿Qué es un hogar? Así como una familia se funda, un hogar se enciende. Lo mismo que el amor, es un fuego que arde. Velar que ese fuego no se apague por falta de combustible es una responsabilidad de todos los miembros. Pero de vosotros , los padres, más.

Un factor importante del hogar es la vivienda. Hay padres que se han propuesto, casi desde la fundación de su familia, llegar a tener una vivienda que facilite sus planes educativos . Conozco familias que llevan más de veinte años ahorrando para terminar de pagar el piso del que familiarmente disfrutan: un piso suficientemente amplio para una familia numerosa; para convivir y para poder aislarse un poco; para la propia familia y para los amigos, etc. Otra cosa es que hayan encontrado el entorno adecuado y el arquitecto justo y la vecindad razonable.

Para un padre de familia que vive en el presente y avizora el futuro, es posible, a veces, promover con otros, que proyectan lo mismo, un conjunto de viviendas educativas.

Vivienda y entorno

Importa más la vivienda que su entorno, porque siempre se puede ir contra corriente si el barrio en que se vive está muy influido por el materialismo hedonista. Basta proponerse, como ejemplo de rebeldía educativa, la sobriedad. El jardín como primer entorno es muy importante por las posibilidades que ofrece en la educación de la apertura, de la paciencia, de la creatividad, de la amistad, etc.

Hogar y entorno es la expresión más concreta de la relación familia-sociedad. Por otra parte, es una expresión muy influida por la arquitectura. Por eso, es necesario sensibilizar a los arquitectos respecto a las necesidades arquitectónicas del protoámbito educativo. Porque al construir los edificios construyen un poco a quienes en ellos moran. En cierto modo, -como dice le poeta- “la arquitectura me abraza y me define”.

El hogar, materializado en una vivienda, es un espacio común desde donde padres e hijos pueden influir en la mejora de otros muchos espacios humanos. La vivienda permite –aislándola del medio- una cierta intimidad a la familia. A veces, incluso en excesivo aislamiento. Es un espacio humano. En muchos casos, tan escaso y tan incómodo que contribuye a desorganizar la vida familiar.

El espacio mínimo por persona es de 8 m2 en Europa Occidental o de 16 m2 en los EE. UU. Al menos en teoría. En España, en general, las viviendas resultan reducidas.

Son muchos los problemas que la vivienda plantea. Son diversos los criterios que determinan la habitabilidad de esa “unidad de habitación”. Son criterios en muchos casos, ajenos a la educación familiar. De modo que innumerables familias carecen de “un justo espacio vital que responda, siquiera sea de una manera modesta, pero al menos suficiente, a las exigencias de la dignidad humana” (Pío XII).

También Pablo VI se refirió a la vivienda como elemento necesario para la defensa y promoción de la familia. “La promiscuidad de las viviendas populares hace imposible un mínimo de intimidad; los matrimonios jóvenes, en la vana esperanza de una vivienda decente y a precio asequible, se desmoralizan…; los jóvenes abandonan el hogar demasiado reducido y buscan en la calle compensaciones y compañías incontrolables”.

No es ésta la ocasión de abordar el tema de los mínimos aceptables de vivienda familiar. Sólo quisiera destacar su importancia, e insistir en la prioridad de los criterios educativos al elegir nueva vivienda. Porque, con alguna frecuencia, se pueden observar graves errores personales a este respecto.

El hogar, que era el lugar del fuego que daba calor –y un poco de luz- a la vivienda, tiene hoy un significado más amplio que el de la propia morada, aunque suelen utilizarse ambas palabras como sinónimos.

Hogares acogedores –con la suficiente luz y el suficiente calor- requieren viviendas adecuadas, no necesariamente lujosas, pero sí amplias y agradables. No es sólo una cuestión de ventanas, calefacción, distribución acertada de espacios y decoración, pero también esto influye en una familia feliz.

Quisiera referirme a una situación: la de la familia que estrena casa recién construida. Antes ha habido ocasión de sufrir los inconvenientes del traslado; ocasión de colaboraciones y de consultas en la familia. Después, las pequeñas incomodidades de lo que no está construido del todo.

¿No convendría recordar a los padres, en esta situación las oportunidades educativas que tienen entonces, y que posiblemente, no volverán a repetirse? ¿Cómo aprovechar la novedad hogareña en la educación de la intimidad y de la apertura?

Vivienda y entorno, hogar y calle. El hogar y la calle se complementan. Se gastan en la calle las energías que se acumulan en el hogar. Se vuelve de la calle al ahogar para recuperar fuerzas, junto al calor humano de los suyos. La calle es la palestra; el hogar, el descanso, la recuperación. La estancia y el hombre, como diría el poeta, cantan juntamente sus amores.

Hogar y calle: dentro y fuera; intimidad y apertura; familia y trabajo: No como dos mundos aislados, sino unidos por una relación de amistad.

La educación familiar es preparación para la vida feliz, en y desde el hogar: Por tanto, implica preparar a los hijos para la calle. Ello significa una gradación de posibilidades callejeras más o menos controlada. Por otra parte, convendría humanizar un poco más la propia calle. En este sentido, juegan un papel importante las zonas verdes, las zonas de juegos infantiles en los jardines públicos, las plazas tranquilas.

Hogar y calle: dos ámbitos a considerar para una mejor educación de los hijos y para una positiva influencia de la familia en la sociedad, a fin de que no se conviertan en fines el poder económico, la velocidad, la cantidad y la novedad, por ejemplo.

Hogares Cristianos

¿Qué añade a un hogar el ser cristiano? Al menos luz. No me refiero a la luminosidad relacionada con la arquitectura –que influye lo suyo-, sino a los reflejos de una luz divina. Mons. Escrivá de Balaguer sintetizaba en la expresión “hogares luminosos y alegres” los principales rasgos “de esos hogares, en los que se refleja la luz de Cristo”.(J. Escrivá de Balaguer; Es Cristo que Pasa nº 30)

Eran hogares iguales a los otros en los tiempos de los primeros cristianos –y también ahora-, “pero animados de un espíritu nuevo, que contagiaba a quienes los conocían y los trataban”( J. Escrivá de Balaguer; Es Cristo que Pasa nº 30). Sembraban a su alrededor la paz y la alegría cristiana. ¿Qué paz? La “de sabernos amados por nuestro Padre Dios, incorporados a Cristo, protegidos por la Virgen Santa María, amparados por San José. Ésa es la gran luz que ilumina nuestras vidas y que, entre las dificultades y miserias personales nos impulsa a proseguir adelante animosos” (J. Escrivá de Balaguer; Es Cristo que Pasa nº 22).

Cada miembro de tu familia –padres, hijos, abuelos…- puede contribuir a llenar de luz tu hogar, siendo él mismo –como pequeño reflejo de la luz de Cristo- luz encendida en la noche actual de las neblinas ideológicas, de la humanidad humanicida (Cfr. P. J. Viladrich, “Aborto y sociedad permisiva en “Persona y Derecho”, respecto a la expresión “humanidad humanicida”)

Los restantes miembros de tu familia serán luces encendidas, si tú eres el primero que has dejado iluminar su vida con esa gran luz divina. Y si has puesto tu esfuerzo y tu cruz para que esa luz se refleje en la vida de cada hijo.

Un hogar cristiano debe ser, pues, un hogar de luz. Muchos no lo son todavía. Quizá porque no se esforzaron sus principales responsables en ser luz reflejada; en no ocultar los reflejos de la luz divina en sus vidas de cristianos coherentes con la fe sobrenatural recibida en el Bautismo; en velar que no se apague esa luz en la vida de sus hijos. Tal vez también porque no supieron o no pudieron encontrar ayudas orientadoras.

Todo hogar debería ser un hogar de libertad y de amor, puesto que la familia es ámbito natural del amor, y éste es inseparable de la libertad. En un hogar cristiano la libertad y el amor pueden resultar inmensamente potenciados por la fe.

Como sabes, no deben confundirse –aunque a veces ocurre- las posibilidades y las realizaciones familiares. Por consiguiente, me refiero a las posibilidades. Las realizaciones, en tu hogar cristiano, dependerán de tu comportamiento, de tu actuación, y también de los restantes miembros de tu familia. Se trata de evitar toda posible conducta contrafamiliar y de fomentar la colaboración de todos en la línea de las posibilidades de un hogar cristiano.

Estas posibilidades, en lo que se refiere a la libertad, son de intimidad –varias intimidades creciendo juntas; es decir, varias personas, cuya libertad crece en el ámbito de su intimidad, protegida por la intimidad familiar- y de apertura -abrirse al mundo de las personas, para servirlas por amor; al mundo de las cosas, para dominarlas por el saber-.

Luego, no es suficiente respetar la libertad de cada hijo, sino que también es necesario facilitar el crecimiento de esa libertad. ¿Cómo? Fomentando la intimidad v la apertura personal del hijo. Ayudándole a reflexionar, a ponderar en su corazón lo que le sucede. Estimulándole a decidir y a ser el mismo, y no un simple reflejo de la conducta de la mayoría de sus amigos, de sus condiscípulos, de los de su edad. Dándole oportunidades de expresarse y de corregir o mejorar su expresión —verbal, escrita, gestual, gráfica, etc.—. Enseñándole a prestar pequeños servicios, con la naturalidad de quien sabe observar lo que otros necesitan, desean o esperan. Ayudándole a descubrir —y a aceptar libremente— los planes que Dios tiene para él desde la eternidad.
No conviene pasar por alto las dificultades que se oponen a que un hogar —incluso cristiano— sea hogar de libertad. En primer lugar, las limitaciones personales de quienes integran esa familia: los propios egoísmos, las propias ignorancias, los propios miedos... En segundo lugar, los condicionamientos ambientales, que limitan las posibilidades de actuación que originan pequeños contagios, pequeñas fugas.
Cabría suponer que unos padres cristianos, coherentes, no pueden incluirse en el apartado de progenitores infelices que «por sentirse esclavos de la envidia social, de los ídolos del momento, del bienestar y del consumo, de los vacíos formalismos de la moda, del materialismo dominante, tendrán cada vez menos hijos”, y a esos pocos los «considerarán como una prolongación del propio yo, destinados a tomar arte en el juego funesto en que ellos mismos se han enredado»( JB. TORELLÓ, Libres, en la familia, en «Istmo» nn 151 -152 (México, marzo-junio, 1984), p 38.). Pero siempre corren el peligro de la pequeña fuga, del pequeño contagio, que deteriora la libertad de un
hogar.
Como diría Sttlage, un famoso psiquiatra, «nuestra sociedad es simultáneamente acomodada y permisiva: es por esto que, a fuerza de gratificaciones, se sustrae a los hijos de la experiencia de la realidad. Del niño ya no se espera trabajo y ayuda: se le ahorran las fatigas de la vida cotidiana y se le priva de la posibilidad de ofrecer prestaciones de servicios, de afrontar la competencia y de saber colaborar con otras personas. En la medida en que son satisfechos todos sus deseos, los niños no desarrollan más sus dotes naturales como la curiosidad, la agresividad y la capacidad de lucha». Y, por supuesto, las mencionadas gratificaciones y marginaciones, así como los deseos inmediatamente satisfechos, son graves condicionamientos en el desarrollo de su libertad. Cabe suponer que 1os padres cristianos, coherentes, no se dejaran influir por estas generalizadas costumbres, pero siempre hay peligro de pequeños contagios, de pequeñas fugas.
En todo caso, como sabes, las presiones sociales —en la sociedad actual del egoísmo institucionalizado y de la ignorancia exaltada— hacen muy difícil la tarea de mantener el propio hogar como un hogar de libertad. Superar las muchas dificultades que se oponen a este proyecto —-tan coherente con la naturaleza de la familia; sobre todo, de la familia cristiana— supone lucha personal y formación en los padres, corno primeros responsables; formación y esfuerzo personal de los segundos responsables, los hijos; ayuda óptima, y también formación, de los abuelos jóvenes. Y, desde luego, «para que la familia sea efectivamente lo que es por naturaleza —lugar y manantial de la dignidad personal, de la libertad— no se la puede abandonar a la casualidad, ni a la inspiración errante, ni tampoco a la machaconamente alabada espontaneidad»( JB. TORELLÓ, Libres, en la familia, en «Istmo» nn 151 -152 (México, marzo-junio, 1984), p 40.).

Hogares de amor

Luz y cruz —por la cruz, la luz—, libertad y amor: cuatro puntos de referencia que he querido poner de relieve para tu hogar cristiano.

Acabo de mencionar la libertad. Sin libertad el ser no se abre al amor; sin amor, la libertad humana no florece. Sin amor, las familias no serán hogares de libertad; sin el respeto a la libertad y su cultivo— en los hogares, las familias no serán ámbitos de amor.
Las familias sólo merecen el nombre de familia cuando son un conjunto de personas unidas por el lazo de un verdadero amor, llamado lazo familiar. Es decir, cuando son comunión de personas(Cfr. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, nº 78 ‘, ss) o comunidad de vida y amor. Pero no es posible si en esos hogares no se crece en libertad responsable.
Juan Pablo II habla del amor como «fuerza», como «capacidad del espíritu humano». Es «la fuerza que se le da al hombre para participar en el amor con que Dios mismo ama en el misterio de la creación y de la redención» (Juan Pablo II, Audiencia general, 1º-X-I 984). Si lo piensas despacio, verás que estas palabras del Papa actual tienen concretas aplicaciones para tu hogar cristiano.
En un hogar de amor, los padres —y también los restantes miembros de la familia— deben evitar todo posible contagio «de obtusos voluntarismos, caprichos, vanidades, envidias y celos». Y en el caso concreto de los padres, «también como medio para administrar prudentemente la propia autoridad, que no es un privilegio sino un servicio», como bien ha subrayado Juan Pablo II en el nº 21 de su Exhortación Apostólica Familiaris consortio((J. B. Torello, oc., p. 41).
Lamentablemente, no es infrecuente este contagio, o esta esclavitud, de celos, envidias, vanidades, etc., en padres cristianos. Cuando uno sufre, en las relaciones profesionales o sociales, un comportamiento no liberado de estas limitaciones, piensa en las consecuencias negativas para el hogar de esa persona.
Con la valiosa ayuda de una verdadera orientación familiar, podrás lograr, sin duda, en tu hogar cristiano altas cotas de libertad y de amor. Un hogar en el que se sepa conversar; en el que se armonice firmeza y humorismo; en el que se aprenda a trabajar, bien y con disposición de servicio; en el que haya espíritu de sacrificio y de renuncia, sin victimismo, y se busque siempre —en lo grande y en lo pequeño— el bien, la verdad y la belleza, sin limitar la educación ni la vida humana a su dimensión natural. Un hogar en el que cada uno se sienta muy querido.

Iglesias de hogar


No quisiera terminar estas cartas, sin una breve referencia a las familias cristianas como iglesias domésticas. Sólo una breve referencia, porque el tema merece tratamiento aparte.
Estos hogares cristianos, como el tuyo, corresponden a familias cristianas. Y «en cada familia auténticamente cristiana se reproduce de algún modo el misterio de la Iglesia, escogida por Dios y enviada como guía del mundo»(J. Escrivá de Balaguer; o. c., nº 30). Pues bien, eso es lo que viene designándose con la expresión «iglesia domestica» desde los tiempos de San Juan Crisóstomo, aunque se debe a Juan Pablo II el haberla puesto de moda.
¿Qué es una iglesia doméstica? «El primer ámbito apto para sembrar la semilla del Evangelio»(Juan Pablo II, A las familias, o. c., p. 130). Luego, parece lógico acostumbrarles a los hijos, desde pronto, a leer unos párrafos del Evangelio diariamente, a modo de carta del Cielo para cada uno. Enséñales a descubrir en cada una de esas lecturas diarias una fiase para su vida, hoy, a recordar durante el resto de la jornada. Cristo nos habla actualmente en esas páginas.
Cada familia auténticamente cristiana es una iglesia doméstica, o iglesia de hogar, o iglesia en miniatura, y «está insertada de tal forma en el misterio de la Iglesia que participa, a su manera, en la misión de salvación que es propia de la Iglesia». Luego, «a la vez que es fruto y signo de la fecundidad sobrenatural de la Iglesia, la familia cristiana se hace símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia»(Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, nº 49).
Por consiguiente, mucho se espera de los miembros de una familia cristiana, especialmente de los jefes de este «espacio pastoral» llamada iglesia doméstica.
En efecto, «así corno el sacerdote recibe un sacramento para ser el jefe de ese espacio pastoral que es la parroquia, y el obispo recibe la plenitud del sacramento del Orden para ser el jefe de ese otro espacio pastoral que es la diócesis, así también los casados reciben un sacramento para ser los jefes de ese espacio pastoral que es la familia. El sacramente del Matrimonio no se confiere sólo para la perfección personal de los esposos, sino para una misión y una función eclesial. No sólo los constituye en jefes de una familia biológica, sino que también los hace jefes de una iglesia: corno el Concilio lo dice muy claramente: jefes de una ecclesiola, de una iglesia doméstica»(L. Moreira Nevel, El dinamismo apostólico en la familia cristiana en “Cuestiones fundamentales sobre matrimonio y familia, p. 955).
Y prosigue el mismo autor: «Ahora bien, si la familia cristiana es una pequeña iglesia del hogar, debe reproducir en su dimensión propia todas las funciones de la gran Iglesia. Y ¿cuáles son las principales dimensiones de la Iglesia que se reproducen en el hogar?(Ibidem, p. 948) Las resume en cuatro: en ser una comunidad de fe, una comunidad de caridad, una comunidad de oración y una comunidad apostólica.
Por consiguiente, necesitarás preguntarte cómo se vive en tu hogar la fe, el amor mutuo, la oración y el apostolado.
A veces, uno se encuentra hogares cristianos con objetivos muy modestos en la educación cristiana de sus hijos. Hogares en los que hablan poco de Dios, de la Familia de Nazaret, de la dimensión sobrenatural de la vida de un cristiano, de corno viven los católicos en algunos países, en medio de dificultades, de cómo vivían los primeros cristianos.
Hablar supone empezar por dar ejemplo. Convendría, efectivamente, que el ejemplo se llevará cada día más en familias cristianas. Porque, como te decía en cartas anteriores, quienes nacen en esos hogares tienen derecho a encontrar ejemplos de vida cristiana. Pero el ejemplo sólo no hasta: hay, que hablar.
No es un hablar separadamente de lo que se refiere a la fe sobrenatural, sino en estrecha relación con todo lo demás, con los restantes aspectos de la vida de una persona humana en su ámbito familiar.
Uno de los problemas importantes consiste en esta falta de relación y de unidad, o en la descompensación entre lo humano y lo divino, en el ejemplo y en la acción educativa de muchos padres cristianos.
Es un problema de santidad. El mundo necesita de la santidad de las familias cristianas. Ya nos lo recordaba Juan Pablo 1: «La santidad de la familia cristiana es, sin duda alguna el medio más apto para llevar a cabo la renovación serena de la Iglesia que el Concilio deseaba con tanto afán; a través de la oración en familia; la ecclesia doméstica se convierte así en realidad efectiva y lleva a la transformación del mundo».
Desde la orientación familiar, he querido aportar mi
granito de arena, a este respecto, con unas cartas a padres cristianos. No quisiera cansarte más. Gracias por tu paciencia en leerme. No te canses nunca en tu ayuda educativa a tus hijos, que son hijos de Dios.

Oliveros F. Otero, doctor en Pedagogía. dirige el Departamento de Formación de Orientadores Familiares en el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Navarra. En torno a la dimensión educativa de la familia ha publicado los siguientes libros: Autonomía y autoridad en la familia (EUNSA, Pamplona, 1983, 4 ed.); Educación y manipulación (EUNSA, Pamplona. 1983, 3ª edic.); ¿Que es un orientador familiar? (EUNSA, Pamplona. 1976): La educación como rebeldía (EUNSA. Pamplona, 1985, 3 ed.); La libertad en la familia (EUNSA, Pamplona, 1982); Que es la orientación familiar (EUNSA, Pamplona, 1984 La educación para el trabajo (EUNSA, Pamplona, 1985), además de otros en colaboración. Y algunos folletos de la colección ‘Mundo Cristiano (nn. 145, 230, 334 y 341). Por otra parte, colabora en algunas revistas entre ellas, Istmo (México) y «Tiempo Actual» (Costa Rica).
El profesor Dr. Oliveros F. Otero ha viajado a diferentes países europeos (Portugal, Italia, Bélgica, Suiza, etc.) y latinoamericanos (México, Perú, Venezuela. etc.), para desarrollar actividades de formación de orientadores familiares, y de asesoramiento de organizaciones culturales relacionadas con la dimensión educativa de la familia.